El ‘antiwokismo’ de Trump y su impacto en los proyectos ESG

En los últimos años, el compromiso con los criterios ESG (ambientales, sociales y de gobernanza) se convirtió en un estándar para empresas que buscaban ganarse una “licencia social” y devolver a la sociedad parte de sus ganancias a través de acciones positivas de transformación. 

Aunque algunas empresas utilizaron esta tendencia para hacer greenwashing, para muchas otras fue más que una moda; incluso, una necesidad respaldada por consumidores, inversionistas y reguladores. Sin embargo, recientemente, voces críticas contra lo que llaman "globalismo" y la "agenda woke" han ganado terreno, llevando a algunas compañías a cuestionar o, incluso, abandonar iniciativas alineadas con la Agenda 2030 de la ONU y otros compromisos ESG.

En los últimos años, el concepto woke (hace referencia a una mayor conciencia sobre la justicia social y los derechos de grupos históricamente marginados) ha sido adoptado por empresas que buscan promover la diversidad, equidad e inclusión en sus estrategias de negocio. Sin embargo, también ha sido blanco de críticas, en especial por parte de sectores conservadores que lo ven como una imposición ideológica.

El gobierno de Donald Trump ha sido uno de los principales opositores a los esfuerzos ESG. Durante su administración, eliminó regulaciones ambientales y sociales bajo el argumento de que obstaculizaban el crecimiento económico y la competitividad de las empresas estadounidenses. De manera reciente, ha reforzado su crítica a las inversiones sostenibles, acusándolas de politizar los negocios y dañar a los inversionistas al anteponer causas sociales al rendimiento financiero.

El caso de empresas como BlackRock y Vanguard, que han reducido su discurso pro-ESG ante presiones políticas y de mercado, es un claro ejemplo de este cambio. Lo mismo ocurre con algunas grandes corporaciones que han sido acusadas de "politizar" sus marcas y han preferido dar marcha atrás en estrategias de diversidad e inclusión.

Pero ¿qué riesgos conlleva este retroceso?

Primero, la confianza. Los consumidores, en especial las generaciones más jóvenes, valoran la responsabilidad social y ambiental de las empresas. Perder esa credibilidad puede afectar directamente la preferencia de marca y la lealtad del cliente.

Segundo, los inversionistas. Aunque algunas voces critican la agenda ESG, los fondos sostenibles siguen creciendo y las regulaciones continúan evolucionando en esa dirección. Abandonar estos compromisos podría cerrar puertas a capitales clave.

Y tercero, el impacto real. La lucha contra el cambio climático, la equidad laboral y la transparencia corporativa no son tendencias, sino urgencias. Cada paso atrás pone en riesgo avances logrados con gran esfuerzo.

Los temas ESG abarcan una amplia gama de esfuerzos, desde la reducción de emisiones de carbono, la gestión sostenible de recursos, la equidad salarial, hasta el combate a la corrupción y la transparencia en la toma de decisiones empresariales. Su retroceso podría afectar no solo la reputación de las empresas, sino también la estabilidad de mercados y comunidades.

La discusión sobre globalismo o "agenda woke" es válida en el debate público, pero las empresas deben preguntarse: ¿es una buena estrategia abandonar compromisos ESG en respuesta a estas críticas? 

Así como la democracia es una válvula de escape para liberar la presión social, los temas ESG dan un respiro a un mundo cada vez más deteriorado, y eso incluye a los seres que lo habitan. Retroceder podría ser más costoso que avanzar.

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