Carlos Silva nació en la Ciudad de México, pero que a meses de nacido sus padres se lo llevan a vivir a Guadalajara. Veintisiete años después regresa a la capital del país, sólo que ahora impregnado de la cultura tapatía: se dice que cuando se trata de alegría o coraje, el tapatío no conoce límites. Si bien es mesurado y controlado, cuando estalla, estalla.