Ya en colaboraciones anteriores hemos platicado sobre la renuencia del consumidor a ser “utilizado” por las marcas, a ser visto simplemente como el ser influenciable al que podemos sacarle dinero. Desde el principio, la comunicación del ser humano ha satisfecho no solo el menester de compartir sus necesidades básicas, sino la trascendencia y el intercambio de sentimientos, momentos o anécdotas, es decir, de historias. ¿Por qué nos sigue pareciendo
tan difícil incorporarlo a la hora de vender?