El oro escondido en las canchas: Por qué el deporte universitario puede ser un motor económico

Marco Núñez
Marco Núñez Yuren*

*Director de Mercadotecnia y Posicionamiento de Negocios en Nacional Financiera/Bancomext I Opinión Impulso Empresas2030

La semana pasada, mientras veía por televisión las ceremonias de reclutamiento de la NBA y la NHL, no podía dejar de sorprenderme por el nivel de espectáculo que han construido alrededor de estos eventos. Más allá del show y la emoción de ver a jóvenes cumplir su sueño, me llamó la atención la seriedad con la que se analizan perfiles, estadísticas, fortalezas y potencial de cada jugador. 

Deportes
Imagen de cortesía.

Todo está pensado para generar valor: deportivo, institucional y económico por lo que fue inevitable hacerme una pregunta: ¿por qué en México sigue siendo tan difícil encontrar talento deportivo universitario? ¿Qué nos impide construir un sistema que detecte, reclute y desarrolle atletas desde las aulas? Pensé entonces en el enorme beneficio que traería a nuestras universidades adoptar una práctica similar: no solo formar deportistas, sino también comunidades, identidad y una nueva economía alrededor del deporte.

En Estados Unidos, el deporte universitario no es solo un complemento académico: es una industria multimillonaria. En el año fiscal 2022‑23, la NCAA generó cerca de 1 290 millones de dólares en ingresos, principalmente gracias a los derechos de transmisión y el torneo de baloncesto "March Madness". Además, el conjunto del deporte universitario (incluyendo las ligas principales) movió alrededor de 13 600 millones de dólares en 2022. Para dimensionar esto, solo los derechos de televisión representaron aproximadamente el 31 % de esos ingresos, unos 4 200 millones de dólares.

Los datos por conferencia son impactantes. Las cinco conferencias más importantes —SEC, Big Ten, ACC, Pac‑12 y Big 12— generaron en 2022 unos 3 300 millones de dólares. En el caso del Big Ten, el reparto anual por universidad superó los 60 millones de dólares, y conferencias como la SEC y la ACC también distribuyen decenas de millones por institución cada año.

A nivel institucional, algunas universidades registran ingresos espectaculares. Texas, por ejemplo, alcanzó los 271 millones de dólares en ingresos deportivos durante 2023. La Universidad de Texas en Austin reportó ingresos por 320 millones, la de Alabama por 243 millones, y Georgia por 241 millones.

Este ecosistema, además, se apoya en un mercadeo deportivo sofisticado: campañas de contenido digital, experiencias de juego transmitidas en vivo, merchandising y storytelling que crean una comunidad fiel. “March Madness” no es solo un torneo: es un evento cultural que atrae a marcas, audiencias y crea un impulso económico anual de más de mil millones de dólares.

Estas cifras ilustran cómo el deporte universitario ha evolucionado para ser una máquina económica que alimenta transmisiones, genera empleos, mueve industrias locales y crea valor de marca para las instituciones. En este marco, cobra sentido promover redes de reclutamiento, becas competitivas, ligas visibles y mecanismos que inserten a las universidades mexicanas en un circuito comercial – educativo–deportivo.

La pregunta real es: ¿qué se requiere para que México aproveche este modelo? Más que copiarlo, deberíamos adaptarlo: invertir en infraestructura, profesionalizar la gestión, fomentar alianzas público‑privadas y construir una narrativa que haga del deporte universitario un producto cultural atractivo.

El camino es ambicioso, pero los elementos están ahí. Tenemos talento, historia deportiva y una comunidad ávida de pertenencia. Lo que hace falta es construir esa identidad universitaria a través de un deporte universitario estructurado y con visión económica.

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