El liderazgo que necesitamos: humano, valiente y profundamente conectado
Por Jaime Castillo
Durante décadas, se nos enseñó que liderar era mandar. Que quien tenía el cargo más alto debía tener todas las respuestas, marcar la ruta, mostrarse siempre seguro, fuerte, casi infalible.
Pero el mundo cambió. Y no solo por la tecnología, la globalización o la Inteligencia Artificial. Cambió porque las personas cambiamos. Porque la conciencia colectiva nos pide algo distinto. Más humano, más empático, más real.

Hoy, liderar implica vulnerabilidad. Sí, así como suena. Implica tener el coraje de decir "no sé", de pedir ayuda, de reconocer errores. Implica soltar la máscara de perfección para conectar desde la autenticidad. Ya no lidera quien más grita, sino quien más escucha. Ya no inspira quien impone, sino quien acompaña.
Esto no significa que el liderazgo pierda fuerza. Al contrario, se fortalece. Porque cuando una persona líder se muestra auténtica, permite que su equipo también lo sea. Cuando un liderazgo es coherente y compasivo, se genera confianza. Y la confianza no es un "soft skill", es una ventaja competitiva brutal.
El liderazgo actual se parece más a una conversación que a un discurso. Se parece más a un jardín que se cuida, que a un edificio que se controla. Tiene que ver con crear entornos donde las personas puedan crecer, equivocarse, aprender y atreverse. Donde se hable de propósito, de impacto, de equilibrio. Donde no se ignore el cansancio ni se premie el exceso.
Liderar en estos tiempos también exige una mirada más amplia. Ya no basta con pensar en los resultados trimestrales. Hay que pensar en el planeta, en la comunidad, en el legado. Un buen líder de 2025 (y más allá) es también un agente de cambio. Uno que entiende que su rol no solo es movilizar a su equipo, sino aportar a un sistema más justo y sostenible.
Y claro, este tipo de liderazgo no se improvisa. Se cultiva. ¿Cómo? Escuchando más que hablando. Haciendo preguntas en lugar de imponer respuestas. Formándose, sí, pero también cuestionando lo aprendido. Rodeándose de personas diversas. Dando espacio para que florezcan otras voces. Y, sobre todo, teniendo el valor de mirar hacia dentro, porque ningún liderazgo transforma si no comienza por transformarse a sí mismo.
Así que si estás liderando o te toca liderar pronto, no te obsesiones con el poder. Obsesiónate con el impacto. Con el sentido. Con la manera en que haces sentir a quienes te rodean. Porque al final, eso es lo que permanece. Eso es lo que cambia las cosas.